“SI TODO ES MISIÓN, NADA ES MISIÓN”. REFLEXIONES SOBRE LAS MISIONES A CORTO PLAZO

Por Miguel Ángel Palomino

Información sobre el autor

Miguel Ángel Palomino (PhD, Edinburgh university) es Rector de la Facultad Teológica Latinoamericana (FATELA), escuela de posgrado en Estudios Pastorales y Misiones Transculturales que opera en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador y Perú. Su área de investigación cubre las iglesias de corte carismático independiente, y el fenómeno misionero de la diáspora latina en los Estados Unidos y Europa, trabajos que han sido publicados en distintas revistas especializadas. Actualmente pastorea la iglesia Alianza Cristiana y Misionera de Pembroke Pines (Florida, Estados Unidos).

 

Sumario

Este trabajo trata de explorar los alcances misiológicos de las llamadas “misiones a corto plazo”, en el contexto de los cambios que la iglesia evangélica latinoamericana viene experimentando últimamente. Debido al explosivo crecimiento de esta modalidad en los Estados Unidos, miles de “misioneros” norteamericanos y europeos llegan a América Latina cada año. No existe un estudio detallado sobre el impacto de este fenómeno en la región, en parte porque los pastores latinos no acostumbran a registrar por escrito lo que hacen en sus iglesias. Sin embargo, podemos observar lo siguiente respecto a este fenómeno: primero, el pragmatismo metodológico del “cortoplazismo” difiere del espíritu bíblico de la misión donde Dios mismo asume el control de la tarea sin necesitar estrategias ni tecnología de punta para llevarla a cabo. Segundo, las iglesias tienden a confundir esta forma de hacer misión con asistencialismo. Tercero, esta modalidad no permite una relación recíproca con las iglesias del norte porque allí difícilmente podrían concebir “misioneros latinos de corto plazo” yendo a sus congregaciones para ayudarles en la tarea evangelística.


El entusiasmo con que doña María me contaba su “experiencia misionera” entre los ashaninkas en la selva alta del Perú, era contagiante.[1] Ella y un grupo de 10 mujeres de una iglesia prominente de Lima habían visitado esta comunidad indígena en un viaje “misionero” de corto plazo.  Lo que llamó mi atención no fue tanto las edades de estas mujeres (entre 55 y 74 años), sino la motivación de su viaje. “¿Cómo así se animaron a viajar a esa zona?” le pregunté, y su respuesta vino de inmediato: “siempre quisimos conocer esa parte del Perú. Organizamos entonces un viaje misionero, levantamos fondos y también ropa para repartirla en la comunidad, así como hacen los gringos cuando vienen aquí. La pasamos muy bien y nos divertimos mucho.”

En los últimos años hemos visto que la iglesia evangélica latinoamericana no solamente ha cambiado su fisonomía sino también su forma de hacer misiones. En parte, la razón puede deberse al fenómeno de las “misiones a corto plazo” (MCP) que en los Estados Unidos está transformando la manera en que las iglesias norteamericanas acostumbraron a mirar el trabajo misionero. Robertson McQuilkin (2006:40), presidente emérito de Columbia Internacional University, dice que “mientras que el número de misioneros de carrera en Norteamérica básicamente ha permanecido estático, el número de laicos involucrados en proyectos de corto plazo ha crecido de 22,000 en 1979 a más de 1 millón en el día de hoy.” América Latina, al igual que otros continentes del hemisferio sur, es el punto de destino de muchos de estos grupos “misioneros”, los cuales sin duda están influenciando a las iglesias de nuestra región en su manera de entender la misión cristiana.[2]

 

Cambio de terminologías, personajes y escenarios

Hasta no hace mucho tiempo atrás los términos y conceptos usados para describir la acción misionera eran fácilmente comprendidos. Hoy ya no es así. La palabra “misiones” describía una vocación noble que implicaba máxima renuncia con la finalidad de llevar el Evangelio a regiones apartadas de la nuestra. “Misionero” era la persona que había dejado su tierra, usualmente los Estados Unidos o Europa, para ir y permanecer en países distantes por largo tiempo. Los “campos de misión” por lo general representaban áreas no evangelizadas en regiones inhóspitas donde se hacía necesario comenzar nuevas iglesias.

Esas mismas palabras hoy tienen diferente significado. Desde que las iglesias se prestaron el término “misión” (en inglés mission statement) del mundo empresarial, esta palabra ya no tiene mucho que ver con la misión bíblica sino más bien con los propósitos y objetivos de una institución. Los misioneros, que en buena parte siguen siendo norteamericanos aunque últimamente vienen por pocos años, ahora tienen una dinámica más pragmática —especialmente si son coreanos o bi-ocupacionales— pues rápidamente entran en el círculo de las mega-iglesias buscando un espacio para legitimar su presencia. Y los “campos de misión” ya no son las regiones apartadas sin presencia evangélica sino las gigantescas ciudades que se han convertido en verdaderas junglas modernas, donde la competencia por tener ministerios grandes y novedosos es cada vez mayor.

Como si estos cambios no fueran suficientes, ahora también hablamos de “misiones a corto plazo” (viajes nacionales e internacionales que duran de una semana a un año donde se mezclan vacaciones, placer y ciertas responsabilidades cristianas), “misiones con propósito” (modelo de Rick Warren. Ver Morgan 2005), “proyectos misioneros”, “cooperación misionera global”, “democratización de las misiones” (las misiones pertenecen a todos y no sólo a una élite), “amateurización de las misiones” (usado por Ralph Winter para referirse los misioneros no profesionales), “reingeniería misionera”, “pastor de misiones a corto plazo”, “misionero bi-ocupacional” (en inglés tent-maker), “países de acceso creativo” y otros más. Entre todo esto, lo que más destaca son las MCP que sólo en los Estados Unidos se estima haya movilizado a más de 1.5 millones de personas durante el 2005 (MacDonald 2006). Si consideramos que cada persona puede gastar entre USD 2,000 a 3,000 por viaje, entonces tenemos un movimiento que no sólo mueve multitudes sino también ingentes cantidades de dinero.

MCP, ¿paradigma misionero para el siglo 21?

Dios obra de formas misteriosas. Tomemos el caso de la iglesia del primer siglo en Jerusalén. Luego de la muerte de Esteban, se desató una severa persecución sobre los primeros cristianos que les obligó a huir como relata Hechos 8:1-4. Contrario a lo que se pudo haber esperado, esta situación no detuvo la Palabra sino más bien la ayudó, pues de aquí surgió el “movimiento misionero de laicos” puesto que los ministros “profesionales” (apóstoles) no participaron en él. Cuando llegamos al capítulo 11:19-21 nos encontramos nuevamente con la palabra “esparcidos” del 8:1 y 4 pues el relato continúa aquí. Los que habían huido de Jerusalén ahora estaban llegando a tierras tan lejanas como Fenicia, Chipre y Antioquia, con la particularidad de que estos “misioneros” no “hablaban a nadie la palabra, sino sólo a los judíos.” Aquí tenemos un patrón de misiones que caracteriza a las olas migratorias evangélicas actuales: los “misioneros” migrantes prefieren forman iglesias entre sus propios compatriotas y grupo étnico.

¿Pero qué de las MCP? Algunos dicen que este fenómeno no sólo será otro movimiento misionero laico sin precedentes en la historia del cristianismo —como lo son las diásporas africanas y latinoamericanas ahora—, sino que serán también el tipo de misiones que caracterizará al siglo 21. En cierto sentido esta modalidad parecería que se ajusta mejor a la sociedad globalizada y posmoderna caracterizada por la cultura light que identifica a la sociedad actual y ha ido ganando paulatinamente terreno dentro de la iglesia. La cultura light es la cultura de lo liviano, del no-esfuerzo, de la incapacidad de hacer compromisos con el futuro, y del divertimiento (Vattimo 1992). Jeffrey MacDonald (2006), corresponsal de The Christian Science Monitor, dice que millones de norteamericanos están aprovechando la oportunidad de convertirse en misioneros bajo una sola estipulación: regresar a la vida cómoda de donde vienen pocos días después. Esto está haciendo que cada vez más gente común sienta que ellos también pueden contribuir en las misiones con su tiempo y talento.

El fenómeno de las MCP es todavía nuevo y no podemos evaluarlo en toda su dimensión. Pero no sería de extrañar que Dios esté usando el bienestar económico que tienen las iglesias norteamericanas y europeas para motivar a los creyentes a viajar por todo el mundo llevando asistencia a las iglesias más pobres del planeta, de la misma manera que lo hizo la iglesia de Antioquía con la iglesia de Jerusalén (Hech.11).  

Antecedentes y reciclaje

Si bien en el imaginario de la gente no se puede evitar que las MCP se comparen con las misiones a largo plazo, vale recordar que en nuestros países existían desde hace mucho tiempo esfuerzos evangelísticos que empleaban la modalidad de “corto plazo” para cumplir con la Gran Comisión del Señor Jesús. Segadores de la Cosecha, por ejemplo, agencia misionera peruana dirigida por Pedro Hockings, ya operaba así hacia fines de la década del ´60, y lo mismo sucedía con el “Proyecto Timoteo”, esfuerzo de la misión Regions Beyond Missionary Union (RBMU).[3]  Ambos programas funcionaron mucho antes que Operación Movilización y Juventud con una Misión —las primeras organizaciones internacionales que usaron esta modalidad misionera— llegaran a estas tierras hacia finales de la década del ´70.

Segadores de la Cosecha y “Proyecto Timoteo” equiparaban la misión con la evangelización, algo común en esos días. El modo de operación de la primera era práctico y sencillo pues sólo tenía dos fases: la primera, un periodo de capacitación intensiva de los candidatos —nacionales en su totalidad— en un programa residencial; y la segunda, varias semanas de trabajo evangelístico en el campo. Todo esto iba sazonado con periodos largos e intensos de oración que fortalecían la vida espiritual de los participantes y los formaban en un discipulado comprometido. Al final, las decisiones de fe, que en muchos casos sumaban cientos, se repartían entre las iglesias locales que habían participado en el programa. Esta organización sigue operando en el Perú hasta hoy.

En el caso del “Proyecto Timoteo” los participantes eran extranjeros. Su finalidad era doble: primero, apoyar a los misioneros que trabajaban en los “campos blancos”, y segundo, usar esta experiencia para entrenar una generación futura de misioneros en los países de envío. Para llevar a cabo estos dos propósitos se creó un programa de preparación tanto para el “Timoteo” como también para el “Pablo” quienes trabajaban en una relación de uno a uno o dos a dos. No se permitieron grupos numerosos ni tampoco hacer turismo en la región. La capacitación incluía una orientación sobre el Perú o los otros países involucrados, el área de trabajo,  y la iglesia nacional. En las primeras 6 semanas se esperaba que los participantes pasaran el “factor sorpresa” (wow factor. Kirby 1998:56s), luego venía el trabajo de campo y tomaban un examen final. Una vez completado su término, los participantes escribían un informe a la misión sobre sus experiencias con copia a sus iglesias y a la iglesia nacional anfitriona. Según McIntosh (e-mail personal del 3 y 17 de julio, 2006),  director del “Proyecto Timoteo”, este programa dio al “Timoteo” una profunda experiencia personal de discipulado que ayudó a confirmar o reorientar su ministerio futuro, y dio al “Pablo” una oportunidad para compartir con alguien de su propio país y cultura sus frustraciones, penas y logros, instándolos a enfocar mejor su propio ministerio de discipulado a nivel de su iglesia local. Al final, el “Proyecto Timoteo” dejó de existir porque sus resultados, aunque buenos en cierto sentido, no justificaban su continuidad. Todo ese esfuerzo podía invertirse en proyectos más duraderos, como el discipulado dentro de las mismas iglesias nacionales, que fue donde RBMU se enfocó más adelante.

Al ver las experiencias de programas como éstos, muchos se preguntan si las llamadas MCP actuales no deberían más bien llamarse “excursiones turísticas” (van Engen 2000) o “vacaciones útiles” puesto que sus objetivos necesariamente no se enfocan en la evangelización y discipulado, ni mucho menos en la encarnación de la cultura donde están participando y ni siquiera en la contextualización del mensaje. Quizás el problema radica en el término “misiones” que estos grupos usan de manera muy suelta. Bien dicen los críticos de las MCP que no siempre estos viajes “misioneros” cumplen con un propósito evangelístico, elemento importante en la misión cristiana. Simon Coleman (2003:20-21) ha notado que estos esfuerzos a veces conllevan la sensación de haber viajado lejos en servicio del evangelio, sin realmente estar convencidos que se ha realizado una labor evangelística personal, algo que ocurre a menudo (citado por Zenher 2006:25).

Donde mejor se desempeñan estos grupos es en la labor de ayuda asistencial para aliviar la pobreza construyendo casas, orfanatorios, dando atención médica y apoyo en casos de desastres naturales. Lo curioso es que este tipo de ayuda siempre existió pero nunca se le llamó “misiones de corto plazo.” Las iglesias locales veían a las personas que venían a ayudarles como creyentes de buena voluntad que colaboraban dando de su tiempo y dinero en una clara identificación con aquellos en necesidad. Deberíamos preguntarnos si sería mejor rescatar este concepto en el día de hoy en lugar de llamar “misiones” a todo tipo de viajes que organizan las iglesias.

 

 “Si todo es misión, nada es misión”

En tiempos como éste donde hay una efervescencia misionera mundial, vale recordar las palabras del teólogo anglicano Stephen Neil (1959:81): “si todo es misión, nada es misión”. Como decíamos al comienzo, la palabra “misión” —y sus derivados— ha dejado de significar lo que debería significar. Visitando a un pastor amigo de una iglesia en una ciudad de Europa, él me decía: “Tengo un grupo de jóvenes (short-termers) que vienen de una universidad evangélica norteamericana pero no los entiendo. Uno de ellos me dijo que si yo le llenaba el templo con inconversos, él los evangelizaría.” Tú que le respondiste, le pregunté: “Que salga a la calle y que él mismo llene el templo porque para eso han venido.” Esto era lo que el pastor y los organizadores del viaje misionero tenían en mente, pero conversando con estos jóvenes descubrí que el interés de ellos era más bien buscar sus raíces ancestrales y no tanto a las “almas perdidas”.

No queremos hacer comparaciones analíticas entre los dos tipos de misión: corto y largo plazo. Sin embargo, no podemos ignorar que el común denominador de ambas es “hacer misiones” y esto nos permite mirar ciertas características que deberían estar presentes en esta labor. Por razones de espacio quisiera señalar sólo un aspecto de ella teniendo en cuenta el modelo misionero de Jesús, la cual es fundamental en la teología de la misión. Leyendo las biografías y recuentos históricos de misioneros y las obras que hicieron durante los siglos 19 y comienzos del 20,  llama la atención notar que algunas virtudes cristianas propias del servicio misionero prácticamente han desaparecido en nuestros días; me refiero a la renuncia y al auto-sacrificio en una clara identificación con el amor supremo de Jesucristo y la obediencia a Su mandato de servir a Su Iglesia y al mundo.

El diccionario de la Real Lengua Española define el verbo “renunciar” como “hacer dejación voluntaria, dimisión o apartamiento de algo que se tiene, o se puede tener. Desistir de algún empeño o proyecto. Privarse o prescindir de algo o de alguien.”

El Nuevo Testamento nos da la definición teológica de “renuncia” en la declaración apostólica de Filipenses 2. La frase “se despojó a sí mismo” expresa bien el sentir doble de esta afirmación: se hizo semejante a los hombres, y se humilló hasta tomar la forma de un esclavo (Ex.21:5,6). En términos concretos esto significó estar sujeto a la ley y a sus padres humanos (Lc.2:21, 51), tomar el oficio pobre de un carpintero, y morir acusado como un criminal de la peor calaña, teniendo que padecer primero torturas indescriptibles (Is.49:3,7). Al leer Marcos 10:45 entendemos el por qué de esta elección voluntaria de Jesús: porque su misión fue venir al mundo para servir, y no para ser servido; para anunciar el Reino, y no para promocionarse a sí mismo.

El sacrificio y la renuncia tienen entonces como base la vocación o llamado de la persona, y la convicción de ésta en el compromiso que está tomando. Quizás aquí radica la falta de estas virtudes en nuestros días. Hemos cambiado la vocación de servicio por la recompensa del trabajo —sea dinero, fama o poder—, y confundido la convicción personal con la motivación del momento —modas eclesiásticas y urgencias ministeriales. Bien dijo Jesús: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto.” (Jn.12:24, NVI). Este principio se opone a la cultura light. Misión sin renuncia no es misión, no importa si ésta es de corto o largo plazo.

 

Reflexiones desde América Latina

Algunos misiólogos y estudiosos han manifestado su preocupaciones en torno a las MCP. Priest ha notado que este movimiento está completamente divorciado de lo académico, de la misiología y aun de los seminarios (Priest et al 2006). Otros autores han señalado la excesiva confianza en aplicar exitosamente técnicas y modelos que funcionan en los Estados Unidos (Livermore 2004), mostrando expectativas equivocadas en cuanto a la efectividad de sus proyectos (Johnson 2003:100s). También están los que dudan que estos viajes misioneros puedan tener algún impacto positivo y duradero especialmente en los jóvenes participantes (Livermore 2006).

Buscando libros y artículos en el Internet sobre este tema, no pude encontrar nada ni en castellano ni portugués que plantee preguntas a las MCP. ¿Esto quiere decir que los pastores y líderes evangélicos de la región están felices con esta modalidad y no tienen preocupaciones respecto a ella? Pienso que no. Creo más bien que la razón de esta falta de bibliografía se debe a que en América Latina no hay la costumbre (y muchas veces los recursos) de guardar un registro escrito sobre el trabajo que se hace en las iglesias. Priest (2006) dice que en un “mundo globalmente conectado, necesitamos la investigación misiológica y la reflexión latinoamericana de los latinoamericanos sobre los proyectos de corto plazo.” En esta línea, quisiera entonces señalar algunas reflexiones que surgen de mi observación cuando viajo por América Latina, de mi conversación con líderes de denominaciones y de agencias misioneras, y de mi propia experiencia al haber participado en algunos proyectos de corto plazo.

Primero, el pragmatismo metodológico aplicado a las MCP puede hacernos perder de vista la naturaleza misionera de la iglesia. En términos generales, el mundo ve al norteamericano promedio como una persona pragmática que vive en función de resultados, buscando arreglos inmediatos antes que soluciones a largo plazo.[4] (Walls 1996:222). Ciertamente han sido estas características las que han hecho de los Estados Unidos la gran nación que actualmente es. Sin embargo, conviene preguntarnos si el pragmatismo empresarial[5] es compatible con la misión de la iglesia, pues muchas veces hay la tendencia de reducir aun las esferas espirituales a procedimientos meramente tecnológicos con el fin de tener algún control sobre ellas. El tema de la “guerra espiritual” y los demonios territoriales en la misiología de Peter Wagner es un buen ejemplo de todo esto (Wagner 1993).

Las MCP no escapan a esta realidad pues los proyectos se tornan más importantes que las personas debido a que en un corto tiempo se tienen que lograr metas predefinidas lo que “puede acentuar los ídolos norteamericanos de la rapidez, cuantificación, dinero, logros y el éxito” (Adeney 2003:86). Esto genera presión en los grupos que salen en MCP, pues de regreso a sus iglesias tienen que dar cuenta de lo que hicieron, especialmente informar sobre resultados tangibles e inmediatos que satisfagan a los donantes y asegure que habrán fondos para el próximo viaje.

La pregunta aquí es si una o dos semanas de permanencia en un lugar es suficiente tiempo como para ver resultados permanentes. Aparte de casas, escuelas o albergues que los equipos de corto plazo hayan construido o de haber provisto asistencia médica a los necesitados, el impacto real que se haya hecho en una comunidad sólo será posible evaluarlo con el tiempo. Las misiones siguen siendo el campo del Espíritu Santo, y toda tecnología y métodos modernos deben someterse a El.

Segundo, los viajes de corto plazo podrían interpretarse como una extensión del colonialismo misionero norteamericano. Una de las preocupaciones más sentidas respecto al efecto que las MCP pueden tener en los países anfitriones es el desplazamiento de los trabajadores y profesionales locales, haciendo que las iglesias nacionales se vuelvan totalmente dependientes de los grupos de afuera y se sientan inseguros de los recursos que ellos mismos tienen. La razón es simple: los latinoamericanos siguen mirando al norte esperando ayuda de todo tipo. Si viene un grupo para hacer construcción o remodelación de edificios, los nacionales dejarán que todo lo hagan los visitantes aun cuando esto signifique que ellos gastarán mucho más que empleando materiales y mano de obra local (Ver Beek 2006). Lo mismo sucederá con médicos y otros profesionales que vengan, pues para el nacional siempre ellos serán mejores que los nuestros. Quizás sea la evangelización una de las pocas áreas donde los latinos tienen más confianza en sí mismos. Ellos saben que las iglesias en esta parte del mundo son mucho más vivas y dinámicas que el promedio de iglesia en el norte, y entienden bien las limitaciones que los equipos de corto plazo tienen cuando llegan aquí. Un pastor en uno de nuestros países me decía: “cuando vienen los jóvenes de Estados Unidos les dejamos que hagan de todo menos salir a las calles a evangelizar. Ellos no tienen práctica en esto; nosotros sí.”

Para países pobres donde la gran mayoría de iglesias luchan por sobrevivir, estos “programas misioneros” les ayudan a fortalecer sus economías y hasta cierto punto les dan “estatus” en el vecindario pues no es común ver grupos de extranjeros, a veces muy numerosos, entrando y saliendo de una iglesia, trayendo medicinas u otro tipo de asistencia. En esta situación, “pocos pastores alzarían sus voces o rechazarían estos ofrecimientos de ayuda aun si resienten el paternalismo y la humillación de ser dirigidos por un grupo que muchas veces ni siquiera habla el idioma, no conoce a la congregación y ni entiende a la comunidad en la que trabaja” (Johnson 2003). A menudo, este paternalismo se deja sentir en la manera un tanto arbitraria y cándida como se distribuyen los recursos la que a la larga genera asistencialismo del cual luego las iglesias no podrán librarse fácilmente.

Tercero, las MCP mantienen la noción de que las misiones mundiales sólo tienen una dirección: norte a sur. Desde que el centro de gravedad del cristianismo se trasladó a los continentes del sur, no sólo hay más gente que profesa la religión cristiana en esos lugares sino que también hay un creciente interés por las misiones allí. En el 2002 Corea del Sur tenía 10,646 misioneros en 156 países, convirtiéndola en la segunda nación, luego de los Estados Unidos, con más misioneros trabajando alrededor del mundo (Park 2002:111), y Brasil, de acuerdo al COMIBAM, ya tenía 3,195 misioneros en el 2005,[6] seguida de cerca por otras naciones latinoamericanas.

Frente a este auge misionero, últimamente se han venido concretando convenios y alianzas estratégicas de cooperación entre sur y norte con el fin de sostener equipos multinacionales que están trabajando en lugares y situaciones donde es mejor no tener presencia norteamericana ni europea. Luego de mucho esfuerzo, el concepto de equipos internacionales dirigidos por misioneros no occidentales parecería que está empezando a cuajar. En esta etapa entonces vale preguntarnos si la proliferación de las llamadas “misiones a corto plazo” no serían un obstáculo para fortalecer aún más las alianzas que se están logrando. ¿Los norteamericanos y europeos aceptarían “misioneros latinoamericanos de corto plazo” yendo a sus iglesias para ayudarles en la evangelización u otras tareas de la iglesia? Cuando hice esta pregunta visitando un país europeo, alguien del auditorio de levantó y me dijo: “nosotros no necesitamos ayuda de nadie para hacer nuestra labor; lo que es más, nuestro país no necesita misioneros de corto plazo porque aquí todos somos cristianos.” En los Estados Unidos alguien me dijo: “no puedo hacerme la idea de tener latinos en mi iglesia haciendo evangelismo si no hablan inglés.” Curioso, pues los equipos de corto plazo que van a América Latina tampoco hablan castellano ni portugués pero sin embargo las iglesias aquí los reciben bien y hacen el esfuerzo por conseguir traductores. ¿Por qué no se ve la misma actitud en los países del norte? Quizás parte del compromiso que puedan asumir los grupos de corto plazo al regresar de sus viajes sea el de recordar a sus iglesias que las misiones hoy en día es también tarea de los continentes emergentes, y no exclusividad de los otrora países misioneros.

 

Consideraciones finales

La motivación y experiencia de doña María en su incursión “misionera” es distinta a la de Serapio, quien es pastor en una ciudad del norte del Perú. No hace ni un año él empezó una iglesia contando sólo con su familia y cuatro personas más. A fin de darle impulso a su trabajo, logró el apoyo de iglesias grandes en Lima, principalmente, las que prometieron enviarle grupos de gente de toda edad y habilidades para ayudarle en la evangelización de esa ciudad.[7] Serapio no usa la expresión “misiones a corto plazo” para describir las funciones de estos equipos, aunque en apariencia muchos podrían pensar que se trata de lo mismo. El prefiere decir que son simplemente grupos de apoyo que dan su tiempo y dinero para servir a Dios. Para empezar, Serapio tiene bien en claro lo que se propone alcanzar, y para ello él mismo ha contactado a las iglesias que cree pueden ayudarle a formar esa iglesia. Segundo, tiene planificado un calendario anual de actividades donde los equipos visitantes son sólo una parte de la estrategia a usar. Tercero, él determina qué equipos deben venir y qué necesidades en particular deben tocar en la comunidad.[8] Cuarto, Serapio les imparte la visión y dirige el trabajo de los equipos, buscando que todos cumplan el propósito por el cual han venido: compartir el evangelio. Quinto, las iglesias de apoyo y los mismos participantes pagan los gastos de viaje que puede oscilar entre 250 a 300 nuevos soles por persona,[9] incluyendo transporte, hospedaje y comida durante toda su estadía. Y por último, el pastor y los miembros de su iglesia se encargan de hacer el discipulado de los nuevos creyentes que se incorporan luego de estos esfuerzos, tarea importante en todo trabajo misionero. Este plan ha dado resultado hasta ahora y Serapio piensa continuarlo por un tiempo más hasta que la iglesia haya crecido y fortalecido lo suficiente como para reproducir el modelo en otros lugares del país.

Se me ocurren dos interrogantes a manera de conclusión. La primera, ¿las MCP tienen entonces lugar en la iglesia latinoamericana frente a esfuerzos nacionales como el de Serapio? Creo que sí, siempre y cuando se ajusten a los planes de la iglesia local, estén dispuestos a trabajar bajo la dirección del pastor nacional, sepan distinguir que los países que visitan tienen valores y costumbres distintos a los de ellos, comprendan que su viaje de pocos días no los convierte automáticamente en misioneros en ningún sentido, y sus iglesias estén abiertas a recibir equipos desde estas latitudes para ayudarles en tareas evangelísticas en su propio país.

La segunda interrogante está dirigida a las iglesias nacionales: ¿qué podría hacer el sur para moldear y ajustar el movimiento misionero de corto plazo a fin de que no sea sólo un esfuerzo unidireccional? Primero, necesitamos que el liderazgo nacional, especialmente el más experimentado y maduro, comience a reflexionar críticamente sobre sus experiencias con los equipos de corto plazo. Sus evaluaciones tienen que ser objetivas y sin temor a perder la ayuda o “confianza” de las iglesias visitantes si discrepan con los métodos usados durante las visitas. Segundo, los nacionales deben acentuar, aún más, su cosmovisión sobre el mundo espiritual a fin de dejar bien en claro que las misiones no es cuestión de recursos ni estrategias, sino primordialmente de discernir lo que el Espíritu quiere que la Iglesia haga en el lugar y circunstancias en la que ella se encuentra. Esto también ayudará a que ellos mejoren su autoestima y se sacudan de cualquier sentimiento de inferioridad frente a los grupos visitantes. La misión de la iglesia es mucho más que misiones transculturales, y debemos ser sensibles al mover del Espíritu Santo para entender cómo la Iglesia de Jesucristo, unida como un solo cuerpo, puede hacer sentir su presencia de manera más palpable en este mundo globalizado en el cual vivimos.

Trabajos citados

Adeney, Miriam. 2003. “When the Elephant Dances, the Mouse May Die.” In Short-term Missions Today. Bill Berry (editor) Págs. 86-89. Pasadena, CA: Into All the World Magazine.

Coleman, Simon. 2003. “Continuous Conversion? The Rhetoric, Practice, and Rhetorical Practice of Charismatic Protestant Conversion.” En The Anthropology of Religious Conversion. Andrew Buckser and Stephen D. Glazier (editoress). Págs. 15-27. Lanham, Maryland: Rowman and Littlefield.

Johnson, Rick. 2003. “Case Study 1: Going South of the Border.” En Short-term Missions Today. Bill Berry (editor). Pasadena, California: Into All the World Magazine.

Kirby, Scott H. 1998. The Short-Term Mission Adventure. Knoxville, Tennessee: Printing Image.

Livermore, David A. 2004. AmeriCAN or AmeriCAN’T? A Critical Analysis of Western Training to the World. Evangelical Missions Quarterly 40: 458-466.

________________ 2006. Serving with Eyes Wide Open: Doing Short-term Missions with Cultural Intelligence. Grand Rapids , MI: Baker.

MacDonald, G. Jeffrey. 2006.            “Rise of Sunshine Samaritans: On a Mission or Holiday?” en The Christian Science Monitor, 25 de mayo. Versión Internet http://www.csmonitor.com/2006/0525/p01s01-ussc.html.

McQuilkin, Robertson. 2006. “Lost Missions, Whatever happened to the idea of rescuing people from hell?”, en Christianity Today, Vol.50, Nro.7, Julio. Pág. 40.

Morgan, Timothy C. 2005. “Purpose Driven in Rwanda. Rick Warren's Sweeping Plan to Defeat Poverty”, en Christianity Today, Vol.49, Nro.10, octubre.

Neil, Stephen. 1959. Creative Tension. Edinburgh: House Press.

Oppenheimer, Andrés. 2005. Cuentos chinos. El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Park, Timothy Kiho. 2002. “A Survey of the Korean Missionary Movement”, en Journal of Asian Missions. Vol.4, Nro 1. Marzo. Págs. 111-119.

Phillips, Michael M. 2005. “In Swaziland US Preacher Sees His Dream Vanish”, en The Wall Street Journal, 19 de diciembre, 2005. Págs. A1, A8, A12.

 

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Priest, Robert, et al. 2006. “Researching the Short-Term Mission Movement”. Material usado para la Conferencia de Misiones a Corto Plazo. Lima, 3 y 4 de agosto, 2006.

van Engen, Jo Ann. 2000. “The Cost of Short-term Missions” en Other Side 36:20-23.

Ver Beek, Kurt Alan. 2006. “The Impact of Short-term Missions: A Case Study of House Construction in Honduras after Hurricane Mitch.” Material usado para la Conferencia de Misiones a Corto Plazo. Lima, 3 y 4 de agosto, 2006.

Wagner, C. Peter. 1993. Breaking Strongholds in Your City. Ventura, CA: Regal.

Walls, Andrew F. 1996. The Missionary Movement in Christian History. Studies in the Transmission of Faith. Maryknoll, NY: Orbis Books / Edinburgh: T&T Clark.

Vattimo, Gianni. 1992. Más allá del sujeto. Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica. Barcelona: Editorial Paidós.

Zenher, Edwin. 2006.             “Short-Term Missions: Toward a More Field-Oriented Model.” Material usado para la Conferencia de Misiones a Corto Plazo. Lima, 3 y 4 de agosto, 2006.

 



[1] Doña María no es su nombre real. Las comunidades ashaninka se encuentran diseminadas en la región encuadrada por los ríos Ene, Perené, Satipo y Anapati en la selva alta del centro del Perú. Durante el tiempo de Sendero Luminoso (1980 a 1992), estas áreas fueron consideradas zonas rojas por el gobierno peruano.

[2] No hay información disponible ni en castellano ni portugués sobre el impacto de este movimiento en América Latina, pero observando las iglesias y conversando con sus líderes se puede notar que no son extraños a este fenómeno.

[3] El Dr. Stewart McIntosh, misionero de RBMU en Perú, desarrolló uno de los primeros programas de MCP en el Perú y Bolivia entre 1973 a 1983 bajo el lema de “Project Timothy”. Los primeros “timoteos” llegaron a Apurimac y a San Martin, sur y noreste del Perú respectivamente, en 1973 bajo el auspicio de RBMU en los Estados Unidos después de un intenso debate en el mundo evangélico de esos días. (Cartas y documentos sobre este programa están en los archivos del Dr. McInstosh: macsarchivo, Kinghorn, Escocia. También están en los archivos de RBMU en la biblioteca del CSCNWW de New College, Edinburgh University).

[4] El sueño de Bruce Wilkinson, autor de La oración de Jábez, de crear un orfanatorio para 10,000 niños con SIDA y un complejo turístico en el país africano de Swaziland (Phillips 2005),  ilustra la característica norteamericana de tratar de resolver problemas en todo el mundo sin tener en cuenta necesariamente las idiosincrasias y costumbres de las otras naciones

[5] “Si la medida conduce a mejorar la productividad; si la medida ayuda a mejorar la vida de la gente; y si la medida contribuye a aumentar la fortaleza de la empresa”, entonces todo lo que se haga está bien (Oppenheimer 2006:63).

[6] Ver http://www.comibam.org/transpar/_menus/por/09jogo-mb.htm

[7] Serapio Ruiz fue uno de mis estudiantes en el programa de maestría de FATELA, quien lleva ya algunos años en el ministerio pastoral. Toda esta información me la brindó a través de la correspondencia vía e-mail que hemos mantenido durante julio del 2006.

[8] Por ejemplo, en julio pasado recibieron la visita de un grupo integrado por 8 médicos y 20 colaboradores. Los médicos atendieron gratuitamente a la gente alrededor del vecindario de la iglesia, mientras que los otros se desplazaron por la ciudad repartiendo volantes e invitando a venir a una campaña evangelística que se realizó por las noches.

[9] El cambio en julio del 2006 era de 2.25 nuevos soles por USD 1.00.